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....Amar hasta que duela, y una vez que duela, amar más...

sábado, 19 de mayo de 2012

¿Cuánto vale tu cuerpo?

Ensayo: El valor de la sexualidad humana. 

¿Cuánto vale tu cuerpo?

“…¡No sé cómo me siento!, ayer viví el momento más horrible de mi vida. Después de un año juntos, de “hacer el amor” tantas veces y sentirme tan parte de él, después de explicarle cómo me sentía al respecto de su actitud, irónicamente creí que todo cambiaría, no puedo quejarme del inicio, fue como siempre, me hizo sentir deseada, querida, amada. Me besó, me acarició y yo sentía que el mundo era sólo ese momento, pero al final vino lo peor, cuando estábamos a punto de la satisfacción total, decidió que “hacer eso” dentro de mi, no era una opción y simplemente se paró y me dejó ahí, sola nuevamente, (aunque físicamente él seguía ahí), mi corazón se quebró, murió por un instante, no sabía que era lo que sucedía. ¿Porqué me hacía sentir tan mal solamente ese momento?, ¿porqué podía disfrutar toda una noche entera con él, pero ese sencillo proceder me hacía sentir tan vacía, tan usada, tan poca cosa?, ¿no entiendo?... por mucho que lo ame. ¿No sé si estoy dispuesta a seguir sintiéndome así?, ¿no sé si estar con él es lo que verdaderamente quiero?, ¿no sé si esos minutos de “placer” valgan la pena por tantos días de desconsuelo?…”

Este párrafo, es un breve relato de la historia de Analí, una mujer adulta de 35 años, divorciada, sin hijos. Involucrada sentimentalmente con un hombre de su misma edad, soltero y estudiado. Pero con ideas opuestas al hablar de tener hijos y otros compromisos serios. Ella mantuvo esta relación todo un año, tiempo durante el cual sus planes de vida seguían siendo totalmente contrarios, pero no solamente eso, lo que al principio llegó a parecer una increíble relación, ahora se comienza a convertir en uno de los momentos más trágicos de su vida.

¿Porqué pese a que su ex esposo la engañó, abandonó y la dejó por otra mujer, nunca se había sentido así?... tan vacía ¿Por qué?.

Es curioso lo que Dios en su infinito poder, pone en tu camino, precisamente escuché este relato cuando a penas hace unos días en el universidad hablábamos del valor de la sexualidad humana, fue entonces cuando decidí afrontar este tema desde este ejemplo en concreto con otra perspectiva, sobretodo intentando explicar las diversas razones por las cuales Analí está sintiéndose así.

Veamos pues lo que nos dice Ruiz Retegui al respecto: “sobre el sentido de la sexualidad humana, la condición sexuada del hombre es un fenómeno de extraordinaria amplitud, que caracteriza de un modo peculiar todos los estratos y componentes de la compleja unidad que constituye al hombre”.

Retegui en efecto tiene razón, cuando hablamos sobre sexualidad humana no podemos considerar únicamente los asuntos fisiológicos, pues frente a ella suelen aparecer aspectos psicológicos, sociales y espirituales. La sexualidad afecta pues a todas las dimensiones que constituyen a la persona humana.

La premisa entonces sería saber porqué Analí se siente así. Para empezar es importante saber que el valor de la libertad está ampliamente ligado con el de la sexualidad -pues somos seres únicos e irrepetibles-. En consecuencia las personas no son como una simple planta, y nuestro origen no es como un proceso fotosintético, pues cada persona existe por medio del ejercicio de la sexualidad por parte de sus padres. Dicho de otro manera, la sexualidad tendría que ser considerada entonces como una manifestación del origen divino de nuestro ser.

A la letra el catecismo de la Iglesia Católica menciona en su apartado 2332:
“La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con otro”.

Entonces pues comprendemos de manera más sencilla porque alguien se puede llegar a sentir mal, cuando en una relación sexual, una de las personas evita acciones que le lleven a la procreación -una de las singularidades de la sexualidad-.

La sexualidad en la persona en su sentido antropológico, está en el orden del “ser” y no en el de su “haber”, pues las relaciones sexuales comprometen a la persona en su totalidad, es vehículo y signo de una completa donación personal.
Aún cuando la sexualidad sea considerada por la Psicología como un impulso, biológicamente también tiene como finalidad intrínseca la transmisión de la vida.[1]
La existencia es el bien más básico del hombre. Todas las obras de la humanidad, los productos de su ingenio y de su habilidad, los frutos de su arte y de su estatura moral tienen como razón de ser la existencia misma de la humanidad. Este valor singularísimo de la sexualidad tiene como objetivo dar origen a la persona humanaal ser más valioso del universo visible; un ser que tiene valor y significado completo en sí mismo, y que por tanto no es una banal y trivial especie de la naturaleza.
Entonces el amor para la persona es la actitud justa, una persona nunca puede ser utilizada como un simple medio para alcanzar un fin (ya sea placer, procreación o cualquier otra cosa). La -donación total- incluye dos dimensiones: la entrega y la aceptación de la posible "paternidad-maternidad". Estas dimensiones, al quedar deliberadamente excluidas, no podría hablarse de completa-y-total donación de si mismo, y el acto de "hacer el amor" sería en si mismo falso y mentiroso.

Con estos elementos queda argumentado porque Analí se siente “vacía”, ella sabe que está sirviendo únicamente como un medio y no como esa entrega total y de libre donación, actitud que evidentemente no le sucedió con su esposo, puesto que con él si existía “una sola carne” y era un momento de donación entre los dos.

Al respecto el Catecismo menciona en su apartado 2333:
“Corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual. La diferencia y la complementariedad físicas, morales y espirituales, están orientadas a los bienes del matrimonio y al desarrollo de la vida familiar. La armonía de la pareja humana y de la sociedad depende en parte de la manera en que son vividas entre los sexos la complementariedad, la necesidad y el apoyo mutuos”.

La sexualidad por tanto surge como verdadero valor de la persona humana, cuando está avalada por un compromiso real de verdadera vocación, de “darte” por siempre y para siempre, y estas características pueden ser encontradas en la figura del sacramento del matrimonio. Por que es solamente por este medio que te sientes libre de gozar la consecuencia lógica de este acto de amor: La procreación.

La concepción de los hijos es obviamente la consecuencia de la decisión normalmente libre de dos personas humanas, hombre y mujer, que actúan con toda la capacidad inscrita en su sexualidad.[2]

El punto de partida de la unión sexual debe ser el significado real de ese acto y por tanto es específicamente en la intimidad conyugal donde encontramos ese punto de partida.

Que cuando decimos te quiero, realmente queramos significar eso. Que nuestro lenguaje corporal manifieste la sinceridad de esa expresión. Y viceversa, cuando con el cuerpo decimos “me entrego a ti”, “te amo por encima de toda la humanidad”, lo digamos también con la vida, con las palabras y con nuestras acciones vivamos esa afirmación durante todo el día y todos los días.

Si alguien dijera “te quiero”, pero sin mirar a los ojos y con un gesto indiferente en el rostro, se recibiría como una expresión insincera e hipócrita.

De la misma manera, la unión sexual debe ser un abrazo que invita a la persona amada a entrar en la propia intimidad y como consecuencia de la generosidad , el acto sexual se ha de preparar con amor, con la conquista que requiere la mujer y con la seducción que requiere el hombre. Ninguna faceta de la persona ha de estar excluida de esta reafirmación del compromiso y esta generosidad solo puede surgir de la fuerza de dos personas comprometidas no solo con ellas mismas, si no con la de la persona amada, esa es la verdad del acto de unión sexual.

A pesar de la fugacidad del propio acto sexual, debemos reflexionar en cómo ese acto, que puede parecer efímero, posee un eco que resuena para la eternidad por el poder unitivo entre las dos personas y por la fecundidad intrínseca de la unión sexual.

La riqueza del acto sexual reside precisamente en que la persona humana, en cuanto espíritu encarnado puede manifestar su amor con el cuerpo, porque el cuerpo no es un objeto extraño ni ajeno, sino la extensión de su espíritu y la expresión de un sujeto trascendente, capaz de transformar su amor en una tercera persona, cuando se expresa con el lenguaje del abrazo conyugal.

“El enamoramiento tiende a la fusión de dos personas distintas, que conservan la propia libertad y la propia inconfundible especificidad. Queremos ser amados en cuanto seres únicos, extraordinarios e insustituibles. En el amor no debemos limitarnos, sino expandirnos, no debemos renunciar a nuestra esencia, sino realizarla; no debemos mutilar nuestras posibilidades, sino llevarlas a término. También la persona amada nos interesa porque es absolutamente distinta, incomparable. Y así debe permanecer, resplandeciente y soberanamente libre. Nosotros estamos fascinados por lo que ella es, por todo lo que ella nos revela de sí”[3]

El cónyuge es, por tanto, alguien que se ha colado hasta lo más interno de una persona y ha llegado a ser de casa; es la persona amada con la única que compartimos lo más íntimo de nosotros mismos y con la que nos atrevemos a hablar como con nosotros mismos. El matrimonio es la unión más estrecha de que es capaz el hombre y se alimenta precisamente de la intimidad conyugal.




[1] WOJTYLA, K., Amore e responsabilità, Marietti, Torino 1969, pp. 46-47.
[2] CAFFARRA, C., La trasmissione della vita nella “Familiaris consortio”, «Medicina e morale» 4 (1983) 391-392
[3] I Love You, Milano Coopli. 1996



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